La Cantamora

LA CANTAMORA

Dice la leyenda que hubo un tiempo en el que en Usagre nadie estaba libre de peligros, que siempre andaba al acecho un ser extraño al que llaman La Cantamora.

La Cantamora tiene forma de mujer… es como una sirena del mar pero con la peculiaridad de que sus labios son dulces, muy dulces… tanto como el sabor de las cerezas. Pero también puede ser cruel cuando está disgustada porque algún habitante del pueblo no dice la verdad y miente, no es honrado y roba, no tiene alegría y llora… es entonces cuando se convierte en un ser vengativo que puede también mentir, robar y llorar… es cuando, según la leyenda, aparece LA CANTAMORA.

En Usagre, allá por el siglo XIII, había una fortaleza mora, dentro vergeles y jardines que nada tenían que envidiar a los de Córdoba y Sevilla, en aquella fortaleza, que era una alcazaba, vivía el rico y poderoso alcaide de la ciudad, era un valiente sultán que tenía siete hijos varones y una sola hija. Ella era el mayor tesoro del sultán, la protegía tanto que sólo le permitía salir de la alcazaba una vez al mes y siempre al mismo lugar: a una fuente, a un manantial de agua dulce y fresca, una fuente que tenía el don de sanar a las doncellas heridas de amor porque en ella cada noche la luna se venía a mirar… sí, sí… a aquel manantial la gente del pueblo lo llamaron “la luná”, con acento en la “a”.

Una tarde, cuando la bella hija del sultán fue a la fuente para llenar su jofaina de agua fresca, esta, resbaló entre sus manos y fue rodando cuesta abajo hasta que un joven cristiano del pueblo, llamado Pedro, logró recuperarla y devolverla a las manos blancas y bellas de la joven mora. Bastó una mirada y los dos jóvenes quedaron prendados el uno del otro. Guardaron, en su corazón, el secreto de aquel amor porque de saberse los dos correrían un gran peligro; a él se lo llevarían a la cárcel o lo encerrarían en el foso del castillo de la Inquisición; a ella su padre no la dejaría salir de la alcazaba y su corazón se marchitaría como la flor del almendro, que solo dura abierta dos días.

Los jóvenes se veían una vez al mes, sólo cuando la bella mora salía de la alcazaba y con su jofaina iba a la fuente de La Luná. Allí la llenaba y vaciaba una y otra vez en un intento desesperado de detener el tiempo para permanecer un minuto más al lado de su joven amado; él, disimulaba como si estuviera llenando un odre al que había hecho un agujero en el fondo para que el agua saliera y así nunca se llenara.

Aquel ritual se repetía una vez al mes, la dulce doncella, cuando se aproximaba la fecha de su salida de la alcazaba, se ponía nerviosa, acicalaba su  negra melena, ponía sombras en los ojos de lucero, bordaba flores junto a las piedras preciosas que adornaban sus vestidos… cantaba canciones en la torre de la fortaleza… cambiaba tanto que su padre, el sultán, llegó a darse cuenta que el corazón de su preciosa hija andaba enamorado.

El sultán esperó en silencio la llegada del día en el que hija salió de las murallas y bajó a la Luná. Observó enfurecido el amor que su hija y el joven cristiano se tenían, se llenó de rabia y de ira porque el amor de su hija él ya lo había vendido a un califa de Sevilla. Sin temblarle la voz se atrevió ordenar que en el silencio de la noche al joven enamorado le fuese arrebatada la vida. La luna fue testigo y aquella misma noche cuando la joven mora peinaba su negro pelo con peines con púas de coral, y la luna se asomó al azogue de plata de su espejo y le susurró al oído lo que había sucedido, y, como el cristiano del que estaba enamorada había sido muerto y arrojado al agua… Llena de angustia, tiró los peines y el espejo al suelo, corrió escaleras abajo y sin descanso huyó hasta el brocal del manantial.

La joven miró al cielo, le robó brillos a las estrellas y a la luna una lágrima furtiva, escondió su mirada entre las manos y se dejó caer al agua. Fue entonces cuando el fondo de la fuente se abrió como si fuese una boca oscura y negra, sin lengua blanda y sin dientes afilados… y se tragó a la dulce doncella.

Desde entonces, según cuentan los más mayores del lugar, todas las noches de San Blas, cuando el agua del manantial sirve de espejo a la luna, emerge de la fuente la bella mora convertida en sirena… Unos años, cuando los vecinos de pueblo se han portado bien y entre ellos no ha habido ni rencores ni envidias, la sirena canta y canta oculta entre las mimbres y los juncos de la rivera, otros años, cuando los vecinos del pueblo no se han llevado bien y ha habido envidias y rencores entre ellos, la sirena se convierte en La Cantamora, y se esconde en la sombra de los pozos para asustar a quienes van a sacar agua, entra a los corrales del pueblo y hace que los gallos canten hasta quedar roncos a la salida del sol, y, puente abajo, vierte sus lágrimas… Se dice que cuando esto sucede los niños del pueblo se pierden y en las orillas de la rivera y son atados por los limos verdes del agua hasta que sus padres piden perdón al vecino al que han ofendido.

 

Fuente: La Cantamora, la leyenda que todos los niños de Usagre deberían conocer (s. f.). Recuperado de http://blogdelalobarra.blogspot.com/2011/06/la- cantamora-la-leyenda-que-todos-los.html