La Partera de la Fuente “El Pocito”

LA PARTERA DE LA FUENTE «EL POCITO»

De otro encantamiento se habla en Llerena, que difiere bastante de los anteriores y hasta viste más a la moderna.

En las afueras de dicha ciudad y hacia Poniente, existió en tiempos un convento de frailes descalzos, del que apenas quedan más que algunos cimientos y una noria con un caño o acueducto asotanado, que va a desembocar a la fuente del Pocito.

En dicho acueducto moraba-y puede que aún more- un matrimonio encantado, que cuando salía de su angosta vivienda a la luz del sol, las raras veces que lo hacía, eran metamorfoseados en aúreos quiquiriquís y en pollos del mismo metal su conjurada prole.

Se quedó ella embarazada -¡Cosa rara en seres reducidos a encantamiento!- Y llegó el instante de dar a luz; mas como el ensalmo no la librase de los dolores y peligros que semejante función fisiológica depara a toda hija de Eva, el solícito marido mandó buscar a Llerena por una partera, para que la asistiese en el comprometido trance. Lo hizo la comadre a las mil maravillas, pero con gran trabajo por las estrecheces de la vivienda, y el esposo, agradecido, le dio en pago de sus buenos oficios un mandilado de astillas secas y amarillentas.

-¡Vaya una remuneración!- se iba diciendo la comadre, de vuelta a la ciudad, -un poco de leña para el fuego… ¡y en verano!

Sólo a gente tan raras y miserables se les ocurre cosa parecida.

Y como prendas de escaso valor y para aligerarse de su peso, fue tirando aquí una astilla y allí otra durante el camino.

Llegó a su casa, se quitó el delantal y lo arrojó con displicencia sobre una silla, mas cuando al día siguiente fue a ponérselo ¿cuál no sería su asombro al encontrarse enredada en una de sus costuras una pequeña astilla, que en vez de madera era oro puro?

Desatentada la buena comadre, sale corriendo de su casa y busca y rebusca por el camino el resto de su despreciado cargamento…

¡Que quieres!

Con lo que aprendió, a costa de su desesperación, que toda recompensa, por pequeña que nos parezca, no debe jamás menospreciarse, pues por  regla general excede a nuestros merecimientos.

 

Fuente: Hurtado, P. (1989). Supersticiones Extremeñas. Anotaciones Psico- fisiológicas. Segunda edición. Huelva: Artero Hurtado. (p. 79-80).