El Niño Blanco
EL NIÑO BLANCO
A lo lejos, tras los racimos de luces lejanos del poblado de Cerezal, se adivinan varias paredes de pizarra abiertas en la roca viva que aportan al paraje un aspecto lunar. Junto al pequeño riachuelo se alza un lugar que los antiguos nombran como Togonal de las Chozas. Aquí, según cuenta la hereditaria tradición oral sobre las ánimas, se apareció por vez primera el niño blanco, embozado en una túnica resplandeciente y gimiendo en la noche. Una partida de hurdanos que regresaba de las dehesas charras no cabían en su asombro al contemplarlo. Esto ocurriría allá por el 1870. Los más de diez campesinos huyeron al ver una criatura que agitaba unos brazos rollizos y cortos, mientras intentaba deshacerse de su apretado atuendo. Sus llantos, agudos y lastimeros, provocaron tal miedo que aquellos hombres bien fornidos corrieron campo a través hasta no parar cada uno en su alquería.
Desde entonces se tiene la creencia de que en alguna de las cuevas estrechas y sinuosas que cuelgan por la ladera tiene su guarida el ánima de ese bebé monstruoso. De ella saldría, arrastrándose como un reptil, para llamar la atención de algún transeúnte despistado. Y en las mismas se ocultaría al ceder el manto nocturno su centro a los rayos del sol. Nadie sabe a ciencia cierta cuáles son sus intenciones, pues ningún hurdano ha sido capaz de llevárselo en brazos. Su inquietante aspecto, dicen, provoca que desde hace más de un siglo more cerca de su escondrijo terrenal, sin conseguir su objetivo.
Fuente: Jiménez Elízari, I. (2006). El paraíso maldito. Madrid: Editorial EDAF, S.A. (p. 84).
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