Category: Leyendas Tradicionales

La Aparición de la Virgen de las Nieves

LA APARICIÓN DE LA VIRGEN DE LAS NIEVES 

 Muchos se habrán preguntado: ¿desde cuándo se venera esta Imagen en la Zarza?, ¿cómo se inició este culto? Y sus preguntas, tal vez hayan quedado sin respuestas, ya que se está olvidando una hermosa leyenda que nos narra esos remotos orígenes.

Desde fecha incierta, pero sin duda alguna en el siglo XIV, nuestro pueblo no era más que una pequeña aldea. La actual calle Queipo de Llano, entonces llamada Carrera, no llegaría más allá del n.Q. 35 actual. De  allí en adelante continuaba el camino hacia Alange, con cercas a ambos lados, dedicadas a cultivos de huertas y olivares. Existía algún que otro pozo en las inmediaciones del camino, de los que se proveían los vecinos de la mencionada calle. En la margen derecha del camino había una capilla o pequeña ermita dedicada a los Santos Mártires, donde se veneraba una imagen de San Sebastián. Delante de la ermita había una explanada donde ocurrieron los hechos de nuestra leyenda.

Un día del mes de agosto, de los ardientes agostos extremeños, una mujer intentaba sacar agua de un pozo próximo a la ermita, pero su cubo chocaba contra un objeto que flotaba en las aguas. La poca profundidad le permitió reconocer una imagen. Efectivamente, una talla de madera policromada era el objeto flotante. La mujer dio voces y acudieron los vecinos de la próxima calle y un joven se ofreció a bajar para recoger la imagen.

Pañuelos y delanteras sirvieron para limpiarla y secarla, y de inmediato se dio cuenta del hecho al Sr. Cura y a las Autoridades. Todo el pueblo lo supo con suma rapidez y allá acudieron de sus casas las mujeres, de las calles los niños y de las cercanas eras los hombres. Todos mostraban su alegría y pocos podían comprender el por qué precisamente esta imagen flotaba en las aguas del pozo. Sin embargo, no es difícil imaginarlo. La invasión agarena del siglo VIII hizo a los fieles devotos esconder imágenes y tesoros religiosos para evitar su destrucción o robo sacrílego. Tal vez la imagen fuera escondida en aquella época entre las piedras del pozo y el tiempo la puso a flote más o menos casualmente.

Sacerdotes, cabildo y pueblo discutieron sobre el lugar a donde debía llevarse la imagen para su veneración. El Párroco era partidario de conducirla a la Iglesia Parroquial de San Martín, pero los más, incluso el cabildo, se inclinaron  para que se transportase a la ermita de los Santos Mártires, en cuyas proximidades había ocurrido el hecho y aparición. Trajeron ornamentos sagrados para revestir al sacerdote. Se inicia el cortejo procesional hacia la ermita, distante solo unos cien pasos. Se cantaron himnos marianos y alabanzas a la Madre de Dios.

Mientras estos hechos ocurrían, se nubló el sol, bajó aparatosamente la temperatura y comenzó a nevar. Hecho insólito en la cálida Extremadura veraniega. Tan insólito como la nevada del 5 de agosto en tiempos del Papa Liberio, que cubrió de nieve parte de la colina Esquilina de Roma, para mostrar el lugar donde se construyera un templo que se llamó Nuestra Señora de las Nieves.

La repetición del milagro en Zarza de Alange, hizo a sacerdotes, cabildos y fieles denominarla «Virgen de las Nieves». Su culto y devoción se extendió con rapidez por los pueblos vecinos y no muy tarde por toda Extremadura y el vecino Reino de Portugal. Muchos fieles acudían a la ermita para impetrar la protección de la Virgen y para darle gracias por los beneficios concedidos.

Hasta aquí la tradición referida de padres a hijos, de generación en generación y creída por todos hasta nuestros días, porque tuvo por testigo todo un pueblo, que no podía engañar a todos sus hijos colectivamente. Y finalmente habrá quien se pregunte por la localización de aquel pozo donde apareció la imagen. Nosotros creemos situarlo en una casa de los Portales, la más próxima a la ermita, que perteneció más tarde al Patronato con el nombre de la Casa Mesón

«Porque daba albergue a los peregrinos que acudían a orar ante la Virgen y que hoy es propiedad privada”.

 

Fuente: Martos Núñez, E. (2002). Las leyendas de Vírgenes de las Nieves. Puertas

El Milagro de la Virgen de Soterraña

 

EL MILAGRO DE LA VIRGEN DE SOTERRAÑA

En Madroñera, la ermita Vieja está dedicada a la Virgen de Soterraña, patrona del pueblo. Cuenta la leyenda popular que entre los años 1500 y 1600 se apareció la Virgen en una roca, que se encuentra frente a la ermita, a un pastor que andaba por esas tierras aún despobladas. Una fuerte tormenta de nieve y granizo le sorprendió. En medio del fragor de la tempestad se puso a rezar a la Virgen, pidiéndole auxilio y protección. Según dicen, Ella acudió en su ayuda ofreciéndole refugio en una cueva próxima. Es tradición llevarse del lugar un trocito de pizarra y tirarlo al tejado como protección -cómo no- contra las tormentas.

 

Fuente: Rodríguez Plasencia, J. L. (2001). Apariciones marianas en Extremadura (II).      Revista      de      Folklore,      31,   358,  pp.      16-26.      Recuperado  de http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?id=2682

La Serpiente que quería beber en Boca Oveja

LA SERPIENTE QUE QUERÍA BEBER EN BOCA OVEJA

El morir por ahogamiento fue el fin que aguardó a un pastor por desobedecer a la culebra que lo había enriquecido mediante la entrega de los correspondientes tesoros que custodiaba en una cueva que tenía como habitáculo. Un día la serpiente le dijo:

«Si quieres cogé más tesoros, me tienes que llevar a beber a Boca Oveja, a donde desemboca el río de los Angeles en el río Alagón”. De buen grado aceptó el cabrero, pues no en vano ya soñaba con nuevas fortunas. Llevó hasta el lugar, cruzando la sierra que separan los valles del Caminomorisco y Malvellido, a la serpiente metida en un saco. También portaba todos sus caudales.

Llegados al río la serpiente le pidió que antes de darle un nuevo tesoro la metiera hasta el centro de la corriente, donde el agua estaba más clara, pues era allí donde le apetecía apagar la sed. Al mismo tiempo le indicó que dejara el dinero en la orilla.Pero el cabrero no escuchó este último requerimiento, de modo que se colocó el saco lleno de monedas en el hombro y se metió en el río, de forma que el peso del dinero hizo que se hundiera en las profundidades. Fue así como el cabrero perdió vida y hacienda.

 

Fuente: Domínguez Moreno, J. M. (2008). Animales guías en Extremadura (II) I. Revista de Folklore, 28b, 331, pp. 3-17. Recuperado de http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?id=2499

El Pozo del Cinojal

EL POZO DEL CINOJAL

Doscientos metros mas abajo, tras cruzar un insignificante regato, nos encontramos el pozo del Cijonal. Es un viejo manantial, que fue utilizado por los romanos y ha sufrido reformas con el paso de los siglos. Se cubre con una bóveda de cañón y se desciende hasta el agua por unas escalinatas. Las bases de la bóveda se unen por medio de una piedra de granito en la que dicen que hay una inscripción que indica el lugar donde se oculta un tesoro.

Los alrededores del pozo son un buen sitio para comer y para que alguien explique mientras tanto los misterios del lugar. Se cuenta que dentro del pozo está sumergido un encanto, un moro encantado por una maldición de su padre. Para desencantarlo ha de ir en la madrugada de San Juan, antes de salir el sol, una mujer soltera a sacar agua. Cuando meta la cántara se enganchará a ella un hilo de oro y tendrá que tirar de él hasta llegar al final.

Así comenzó a hacerlo una mozuela, ignorante de lo que ocurría. Al sentir que otra mujer venía por el camino, optó por romper el hilo, guardar el ovillo que llevaba y continuar la operación cuando la intrusa se hubiera marchado. Mas al cortarlo, se produjo un remolino dentro del pozo, salió el encanto con malos humos y corrió tras la moza que había logrado contrarrestar la maldición que llevaba. La habría arrastrado a las profundidades del agua si ésta no hubiera saltado al otro lado del arroyuelo, arroyo que el encantado no puede pasar.

También te dirán que por estos aledaños corretean nueve polluelos negros al lado de una gallina del mismo color. Quien con ellos se tope ha de procurar echar mano a todos e introducirlos en el saco o zurrón, todo ello antes de que asomen en el horizonte los primeros rayos de sol. Si consigue completar la caza, la gallinada se convertirá en animales de oro y brillantes. Pero si alguno se escondiera, lo que siempre ha sucedido, los polluelos cazados se harían puro carbón.

 

Fuente: Ayuntamiento de Ahigal. (s. f.). Lugares de interés. Recuperado de http://www.ahigal.es/index.php/mod.pags/mem.detalle/idpag.13/idmenu.102 6/chk.a1e06e1545b89bf936c3656ee9350423.html

La Cueva del Moro

LA CUEVA DEL MORO

En una leyenda de Caminomorisco es igualmente la cabra o, mejor aún, el cabrón el que permite dar con el correspondiente tesoro que se oculta en el subsuelo de la Sierra de las Suentes. Cuentan que a un pastor que anda con su rebaño por entre aquellos riscales le sale un duende al encuentro para decirle:

Debajo del macho cojú,

está la cueva del moro,

y allí están enterrados

ricos y grandes tesoros.

No tardó en apartar al macho y cavar en el sitio que éste tenía por cama, descubriendo al instante una cueva, en la que penetró y encontró un gato de oro.

 

Fuente: Domínguez Moreno, J. M. (2008). Animales guías en Extremadura (II) I. Revista de Folklore, 28b, 331, pp. 3-17. Recuperado de http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?id=2499

El Pocito de San Juan Macías

EL POCITO DE SAN JUAN MACÍAS 

El religioso extremeño nació en el año 1585 y falleció en Lima en el año 1645, tras una vida plagada de hechos. En Ribera del Fresno, su pueblo natal, existe un museo en lo que fuera su casa natal y donde se conserva una de las ollas que obraron el milagro de Olivenza, aparte de lienzos y documentos de interés. Según se cuenta, con tan solo ocho años de edad, el pequeño Juan tenía visiones en las que se le aparecía otro niño que decía ser Juan el Bautista, quien lo acompañaba siempre, aportándole consejos y predicciones.

El primer milagro atribuido a Juan Macías data de aquella época y es muy conocido en la localidad. Se cuenta que mientras sacaba a pastar su rebaño, Juan encontró a otro chico que realizaba la misma labor y que lloraba entristecido ante la boca de un profundo pozo. Cuando Juan le preguntó sobre el motivo de sus sollozos, el chico le dijo que uno de sus cerdos había caído en el interior del pozo y que estaba preocupado por la reprimenda que le daría su padre. Juan le dijo que no se preocupara y se acercó al pozo mientras le rezaba a la virgen. Entonces el agua del pozo comenzó a subir y el cerdo salió a la superficie con vida. Desde entonces, el “pocito de Juan Macías” se conserva como lugar especial y muchos son los peregrinos que acuden a visitarlo, convencidos de que sus aguas son curativas y milagrosas.

 

Fuente: Tejiendo el Mundo. (2009). El milagro de la multiplicación del arroz de Olivenza.            Recuperado de http://tejiendoelmundo.wordpress.com/2009/07/21/el-milagro-de-la- multiplicacion-del-arroz-de-olivenza/

 

El Niño Blanco

EL NIÑO BLANCO

A lo lejos, tras los racimos de luces lejanos del poblado de Cerezal, se adivinan varias paredes de pizarra abiertas en la roca viva que aportan al paraje un aspecto lunar. Junto al pequeño riachuelo se alza un lugar que los antiguos nombran como Togonal de las Chozas. Aquí, según cuenta la hereditaria tradición oral sobre las ánimas, se apareció por vez primera el niño blanco, embozado en una túnica resplandeciente y gimiendo en la noche. Una partida de hurdanos que regresaba de las dehesas charras no cabían en su asombro al contemplarlo. Esto ocurriría allá por el 1870. Los más de diez campesinos huyeron al ver una criatura que agitaba unos brazos rollizos y cortos, mientras intentaba deshacerse de su apretado atuendo. Sus llantos, agudos y lastimeros, provocaron tal miedo que aquellos hombres bien fornidos corrieron campo a través hasta no parar cada uno en su alquería.

Desde entonces se tiene la creencia de que en alguna de las cuevas estrechas y sinuosas que cuelgan por la ladera tiene su guarida el ánima de ese bebé monstruoso. De ella saldría, arrastrándose como un reptil, para llamar la atención de algún transeúnte despistado. Y en las mismas se ocultaría al ceder el manto nocturno su centro a los rayos del sol. Nadie sabe a ciencia cierta cuáles son sus intenciones, pues ningún hurdano ha sido capaz de llevárselo en brazos. Su inquietante aspecto, dicen, provoca que desde hace más de un siglo more cerca de su escondrijo terrenal, sin conseguir su objetivo.

 

Fuente: Jiménez Elízari, I. (2006). El paraíso maldito. Madrid: Editorial EDAF, S.A. (p. 84).

Joaquinito Vaez

JOAQUINITO VAEZ

Hablemos de otra bruja de no menos ardid y aviesa condición: de Josefa Zarpazos, la trujillana… la empedernida transformadora de Joaquinito Váez.

Era éste un joven de humilde cuna, pero bello como un Antinó y con un aquél para las mujeres que no había moza en la patria de Pizarro que no suspirase de día y soñase de noche con Joaquinito.

Como el afortunado doncel tenía donde escoger, no se quedó corto y eligió para señora de sus pensamientos a una linda joven, hija de un señorón muy linajudo y muy adinerado. Mas si la chica enloqueció de contento al considerarse preferida de tan gallardo mozo, el padre, para quien la gallardía era lo que menos importaba, se dió a todos los diablos. Cuando se convenció de que su hija se empeñaba en que tijeretas habían de ser, encomendó a la Zarpazos la solución o, mejor dicho, la disolución de aquellos amoríos.

¿Y qué hizo la hechicera? Púsose de acuerdo con otra tal, tía del mancebo pero que posponía a sus lucros la voz de la sangre, y suministraron a éste un jarope con el que quedó aletargado una semana.

Despertó al cabo de los siete días, y al mirarse al espejo –(Joaquinito estaba, como Narciso, pegado de su figura)- quedó espantado de sí mismo. Todo su rostro, como el resto de su cuerpo, se había cubierto de un vello tan largo y espeso que más parecía un oso andando sobre las patas de atrás que una persona, y los carrillos le habían dado tanto de sí que le caían como dos bolsas hasta la cintura.

Huyendo de su propia deformidad, se refugió en una cueva existente junto a la fuente Alba, en un sitio denominado “los canchos de la Manguria” donde estuvo muchos años encantado.

Unos gitanos que lo vieron, al venir una vez a la célebre feria de Trujillo, dispararon contra él una escopeta, creyendo que fuese una bestia montaraz, y lo hirieron. Acudieron a cobrar la res y se encontraron con que era un ser humano en el que habían hecho blanco. Se hicieron cargo de su catadura, cobraron tal jindama, como personificación que eran de toda clase de supersticiones, que no pararon de correr en tres días con tres noches.

El embrujado amador se curó de la herida y hasta su muerte vivió largos años en su caverna, que es conocida por “la cueva de Joaquinito Váez”, mientras la Zarpazos seguía haciendo de las suyas y acreditándose más cada día a costa de la salud y la existencia de sus convecinos.

Fuente: Hurtado, P. (1989). Supersticiones Extremeñas. Anotaciones Psico- fisiológicas. Segunda edición. Huelva: Artero Hurtado. (pp. 87-88).

El Ermitaño y el Rayo

EL ERMITAÑO Y EL RAYO 

 En la falda de la Sierra más alta de Extremadura, Jálama, existió hace muchos  años  una  ermita,  la  ermita  de  San  Casiano. Oculta a la mirada del pasajero, por un frondoso bosque y rodeada de innumerables cuevas. Vivía en dicha ermita Martín, un buen anciano, que según contaban los que lo conocieron, perteneció a distinguida y rica familia cacereña.

Los padres de Martín tuvieron dos hijos, el nombrado y José. Martín y José eran genios muy opuestos. Mientras el carácter del primero era díscolo, atrevido, temerario, el de José se distinguía por su obediencia y sencillez.

Ocurrió un día que Martín, desoyendo los consejos de sus padres, propuso a su hermano que le acompañase a una cacería. José le advirtió, una y más veces que no era prudente tal propósito por desconocer ambos el manejo de las armas de fuego. No debió convencerse Martín cuando a la puesta del sol salieron los dos hermanos provistos de flamantes escopetas y otros efectos necesarios internándose en un espeso bosque.

Eligieron dos sitios de aguardo por donde según Martín, debían pasar algunos corzos. En actitud expectante estuvieron los dos hermanos poco más de media hora, cuando el ruido de pasos, hizo suponer a Martín que se acercaba alguna pieza. No se engañaba. Dos hermosos ciervos cruzaban a poca distancia de él. Martín montó precipitadamente la escopeta, sonó un disparo, y al poco rato se oyó un ¡Ay! lastimoso producido por una leñadora.La bala había atravesado un brazo de la pobre mujer, cuya presencia pasó inadvertida para Martín en el momento crítico del disparo.

Poco tiempo después, Martín prometía ante un cuadro de la Virgen una penitencia como expiación del delito que su imprudencia le hizo cometer. Han transcurrido cuarenta años desde los anteriores sucesos. Martín es ermitaño de San Casiano. Se mantiene de las limosnas que recoge en los pueblos inmediatos, si bien pasa plaza en algunos de poseer una inmensa fortuna.

Era una cruda tarde de invierno. Una imponente tormenta se formaba en el espacio. Martín postrado de rodillas, ante un crucifijo que pendía de las paredes de una cueva próxima a la ermita, fue a levantarse cuando cuatro manos hercúleas le sujetaron por el cuello. El ermitaño se incorporó como pudo y se encontró frente a frente a dos hombres que le dijeron: venimos por tu fortuna o por tu vida.

Mi fortuna, contestó el anciano, la tengo despreciada hace cuarenta años, y mi vida pertenece a Dios. No mientas, -dijo uno de aquellos hombres- venimos a por tu tesoro, y si nos lo niegas morirás sin remedio. Pasaron algunos segundos de silencio interrumpido por Martín que con sonrisa de mártir exclamó: Pues bien, señores, salid de esta cueva y os enseñaré el lugar donde guardo mi tesoro.

¿Conocéis el corpulento árbol llamado Matusalén, que hay al terminar el puente de los Gitanos? Sí, -dijeron los bandidos-. Pues meted la mano en el hueco que hay en dicho árbol y encontraréis el tesoro que tengo. Si nos engañas, -se atrevió a decir uno de aquellos hombres, -pagarás con tu vida.

Os juro que no, -replicó Martín. Los bandidos tomaron la dirección que el ermitaño les había dado. La tormenta continuaba cada vez más imponente. Los bandidos caminaban deprisa. Al llegar al puente, que les había indicado Martín, los truenos y relámpagos se sucedían con frecuencia.  La lluvia era torrencial.

Al siguiente día el ermitaño se dirigió al árbol Matusalén, estuche de su tesoro.

¡Gran sorpresa recibió el pobre viejo! Al pie del árbol había dos cadáveres carbonizados por una chispa eléctrica. Postróse de rodillas Martín, rezó por ellos, y metiendo después la mano por el hueco del árbol Matusalén, sacó un libro con forro de pergamino en cuyas pastas se leía: ‘Tesoro del Alma».

 

Fuente: Mapa de Cuentos y Leyendas de Extremadura y el Alentejo. (s. f.). El ermitaño y el rayo. Recuperado de http://alcazaba.unex.es/~emarnun/btca/sierraga.htm#rayo

El Jáncanu y Nadie

EL JÁNCANU Y NADIE

El Jáncanu de las Hurdes es un cíclope, un ser gigantesco, de aspecto horrible y malas intenciones, con un solo ojo en el centro de su frente. Vive en una cueva y se dedica a pastorear ovejas y cabras. Un día, un pastor de la zona perdió su rebaño en el monte. Como se le hacía de noche y sus cabras no aparecían, emprendió su búsqueda. Escuchó los balidos de sus cabras y fue tras ellas. Resulta que sus cabras se habían mezclado con las del Jáncanu, quien se las llevaba a su cueva. El pastor consiguió agarrarse a los pelos de la barriga de un macho cabrío y entrar en la cueva. Dentro de la cueva, el Jáncanu, mientras encendía una antorcha, repitió varias veces:

– ¡Huele a carne humana!

El Jáncanu consiguió atrapar al pastor y decidió que se lo comería. Mientras encendía una hoguera, le dijo:

-Te voy a asar, pero antes quiero saber cómo te llamas.

El pastor que era muy listo, le dijo:

-Me llamo Nadie.

-Muy bien, Nadie. Me voy a beber un pellejo de vino antes de asarte.

El Jáncanu se bebió tres pellejos de vino. Con la borrachera se echó a dormir, lo que aprovechó el pastor para coger un leño ardiendo y se lo metió por el único ojo que tenía el Jáncanu, quien comenzó a lanzar unos terribles gritos de dolor. Más adentro de la cueva se encontraba su madre, la Jáncana, que aún era más mala. Ante los alaridos de su hijo, preguntó:

-¿Quién anda por ahí? El Jáncanu le contestó:

-¡Nadie, Nadie!

-Pues si no anda nadie, ¿por qué gritas tanto?

Ante tanto griterío, las cabras se espantaron dentro de la cueva y la Jáncana nuevamente preguntó:

-¿Quién ha espantado el ganado? El Jáncanu le volvió a contestar:

-¡Nadie, Nadie!

A lo que su madre le respondió:

-Si nadie te espanta el ganado, ¿a qué viene tanto jaleo?

Se colocó el Jáncanu a la puerta de la cueva y empezó a sacar el ganado, para evitar que se hiciera daño. Al no ver nada, tocaba una por una las cabras que iban saliendo. Como era muy listo, el pastor mató rápidamente una cabra, le quitó la piel y se cubrió con ella. Cuando le tocó salir, el Jáncanu tocó con sus manos la piel de cabra que cubría al pastor y lo dejó salir, creyendo que era una de las cabras. El pastor salió corriendo, mientras se burlaba del Jáncanu. Éste enfurecido lo persiguió por unos riscos. El pastor consiguió atravesar  de un salto un gran desnivel, pero el Jáncanu, al no ver nada, cayó hacia el fondo del precipicio, pero no se mató.

 

Fuente: Polifemo  y las Hurdes. (2012). Recuperado de http://irohe.blogspot.com.es/2012/05/polifemo-y-las-hurdes.html