El Jáncanu y Nadie

EL JÁNCANU Y NADIE

El Jáncanu de las Hurdes es un cíclope, un ser gigantesco, de aspecto horrible y malas intenciones, con un solo ojo en el centro de su frente. Vive en una cueva y se dedica a pastorear ovejas y cabras. Un día, un pastor de la zona perdió su rebaño en el monte. Como se le hacía de noche y sus cabras no aparecían, emprendió su búsqueda. Escuchó los balidos de sus cabras y fue tras ellas. Resulta que sus cabras se habían mezclado con las del Jáncanu, quien se las llevaba a su cueva. El pastor consiguió agarrarse a los pelos de la barriga de un macho cabrío y entrar en la cueva. Dentro de la cueva, el Jáncanu, mientras encendía una antorcha, repitió varias veces:

– ¡Huele a carne humana!

El Jáncanu consiguió atrapar al pastor y decidió que se lo comería. Mientras encendía una hoguera, le dijo:

-Te voy a asar, pero antes quiero saber cómo te llamas.

El pastor que era muy listo, le dijo:

-Me llamo Nadie.

-Muy bien, Nadie. Me voy a beber un pellejo de vino antes de asarte.

El Jáncanu se bebió tres pellejos de vino. Con la borrachera se echó a dormir, lo que aprovechó el pastor para coger un leño ardiendo y se lo metió por el único ojo que tenía el Jáncanu, quien comenzó a lanzar unos terribles gritos de dolor. Más adentro de la cueva se encontraba su madre, la Jáncana, que aún era más mala. Ante los alaridos de su hijo, preguntó:

-¿Quién anda por ahí? El Jáncanu le contestó:

-¡Nadie, Nadie!

-Pues si no anda nadie, ¿por qué gritas tanto?

Ante tanto griterío, las cabras se espantaron dentro de la cueva y la Jáncana nuevamente preguntó:

-¿Quién ha espantado el ganado? El Jáncanu le volvió a contestar:

-¡Nadie, Nadie!

A lo que su madre le respondió:

-Si nadie te espanta el ganado, ¿a qué viene tanto jaleo?

Se colocó el Jáncanu a la puerta de la cueva y empezó a sacar el ganado, para evitar que se hiciera daño. Al no ver nada, tocaba una por una las cabras que iban saliendo. Como era muy listo, el pastor mató rápidamente una cabra, le quitó la piel y se cubrió con ella. Cuando le tocó salir, el Jáncanu tocó con sus manos la piel de cabra que cubría al pastor y lo dejó salir, creyendo que era una de las cabras. El pastor salió corriendo, mientras se burlaba del Jáncanu. Éste enfurecido lo persiguió por unos riscos. El pastor consiguió atravesar  de un salto un gran desnivel, pero el Jáncanu, al no ver nada, cayó hacia el fondo del precipicio, pero no se mató.

 

Fuente: Polifemo  y las Hurdes. (2012). Recuperado de http://irohe.blogspot.com.es/2012/05/polifemo-y-las-hurdes.html