SAN JORGE Y EL DRAGÓN
El soldado-peregrino llega a la ciudad de Silca, junto a un lago “que parecía un mar” y ocultaba un descomunal dragón. Nunca habían conseguido capturar a este escurridizo bicho acuático. A pesar de que los lugareños iban bien armados; se acercaba a las murallas, infestaba el ambiente y causaba la muerte de muchos.
Se impuso, entonces, la necesidad de un pacto. El dragón se alimentaría en el futuro del miedo humano, permaneciendo a buen recaudo en su húmedo hogar.
El acuerdo consistió primero en arrojar al lago dos ovejas cada día. Pero cuando éstas comenzaron a escasear, se acordó echar una oveja y un ciudadano elegido por sorteo. Pero la suerte cae un día sobre la hija única del rey, inventor de la idea de la suerte. Éste ofrece a los súbditos todo el oro y la plata del reino por salvar a su hija, pero los súbditos responden que el rey y su familia están sometidos a la ley y que lo quemarán junto con su casa si se niega a cumplirla. Consiguen aplazar durante ocho días el sacrificio, pero llega lo inevitable.
Cuando la doncella, sola y llorosa, camina hacia el lago para “cumplir su destino”, se encuentra con el soldado peregrino. Éste le ruega que huya y se salve de la furia del dragón que le acecha. El valiente soldado sube a su caballo y ataca al bicho como don Quijote a los molinos: “Alzó su lanza y haciéndola vibrar en el aire se dirigió hacia la bestia rápidamente, cuando la tuvo a su alcance hundió el arma en su cuerpo y la hirió”.
El soldado echa pie a tierra y le dice a la doncella que sujete sin miedo al dragón por el pescuezo con su cinturón, el dragón la sigue sin rechistar hasta las puertas de la ciudad. Desde la muralla, los ciudadanos tiemblan ante lo que ven venir, pero el soldado cristiano los tranquiliza con estas palabras: “Dios me ha traído a esta ciudad para libraros de este monstruo.»
El soldado San Jorge dio un beso de paz al monarca y se marchó de la ciudad.
Fuente: De La Vorágine, S. (1996). La leyenda dorada, 1. Madrid: Alianza Editorial (pp. 248-253).